Gestión democrática de los conflictos, clave para un nuevo modelo de convivencia

Gestión democrática del conflicto y derecho a decidir garantizando que todas las opciones y todos los proyectos tengan las mismas opciones de defenderse y llevarse a la práctica si logran el respaldo popular necesario.

Vivimos tiempos de desprestigio de la política, sobre la que se cargan las consecuencias del predominio de los intereses económicos y la aversión de las élites a renunciar a sus privilegios. La espiral de incertidumbre alentada por un capitalismo desbocado en su fase neoliberal, canaliza el malestar social contra la legitimidad de la actividad política, en beneficio de la credibilidad de los expertos y la apelación a horizontes autoritarios, en definitiva, en una dirección desdemocratizadora. De este modo, la toma de decisiones se sustrae a las mayorías sociales, sea en nombre de formas supuestamente más elevadas de gubernamentalidad basadas en la ciencia, sea mediante la concentración del poder en unas pocas manos con la excusa del exceso de democracia, identificado con el caos.

En este contexto afrontamos en Euskal Herria el nuevo tiempo histórico marcado por la desaparición de ETA y por una serie de profundas transformaciones en las relaciones sociales, en el mundo del trabajo y en el sistema de partidos, pero también en las alianzas y los imaginarios sociales. Estamos ante diversos procesos que se entrelazan y no pueden analizarse de modo estanco si no queremos que los árboles nos oculten el bosque. Por eso es importante afrontar con una visión amplia y ambiciosa este tiempo de cambios y aceleración de tendencias que venían observándose desde años e incluso décadas anteriores. El conflicto histórico en torno a los límites territoriales, la identidad política, la lengua, la soberanía y la institucionalidad de esta parte del mundo ha mutado y aunque la influencia del pasado es manifiesta, se abren posibilidades difíciles de imaginar hace no tanto tiempo.

Las inercias de las formas que ha tomado la confrontación política en el pasado no van a desaparecer por arte de magia y pesan demasiado todavía muchos nudos mal resueltos o a los que ni siquiera se ha comenzado a hacer frente. Hay heridas y traumas que algunos agentes se esfuerzan en mantener sin sanar, acaso en la confianza de que esto pueda ofrecerles réditos políticos o morales. Queda mucho por hacer en el reconocimiento del daño generado, de las violaciones masivas de derechos individuales y colectivos y sus consecuencias, para superar así las vigentes discriminaciones en torno al sufrimiento experimentado y su expresión pública. Proque, debemos decirlo, todavía hoy en día, lamentablemente, se niega la pluralidad de violencias de motivación política y la complejidad de sus efectos. Se han dado grandes pasos, cuyo efecto es ya evidente, pero no debemos olvidar que estamos ante un peculiar proceso de superación de una confrontación armada que ha tenido que abrirse camino contra estrategias de boicot activo por parte de gobiernos, partidos e incluso entidades que se presentaban como pacifistas.

La negación de los conflictos y de su naturaleza política es, como ha estudiado, entre otros, Chantal Mouffe, una de las características de la política neoliberal, que pretende imponer registros morales y relatos de buenos y malos para expulsar del terreno de juego la posibilidad de cambios estructurales. En cambio, la política democrática plantea partir del reconocimiento de los conflictos y ofrecer mecanismos para su canalización pacífica, de modo que sea la propia sociedad la que decida cómo gestionarlos y tenga la última palabra acerca de las decisiones a tomar. Una sociedad compleja y plural no tiene un solo relato de sí misma, aunque puede y debe compartir importantes elementos de lectura de su pasado, su presente y su futuro. En esa tensión entre diversidad y construcción de horizontes comunes se dirimen las batallas políticas y debemos tomar nota de que la pretensión de imponer por la fuerza un relato maniqueo ya ha fracasado y lo seguirá haciendo.

El nuevo tiempo abierto en Euskal Herria es desde este punto de vista una oportunidad para cambiar la mirada y la gestión de los conflictos y, especialmente, del mal llamado “conflicto vasco”. Y lo es porque estamos dejando atrás una etapa muy dura de nuestra vida colectiva y podemos convertir ese trauma vivido de tan diferentes maneras en un punto de partida para un “nunca más” compartido, un compromiso para gestionar el conflicto de otro modo, para que cesen las formas de imposición y violencia que todavía perviven, se reparen todas las heridas y se garantice que algo similar nunca vuelva a ocurrir. Esto es, gestión democrática del conflicto y derecho a decidir garantizando que todas las opciones y todos los proyectos tengan las mismas opciones de defenderse y llevarse a la práctica si logran el respaldo popular necesario.

La imaginación, la perseverancia y la audacia han hecho posibles avances a través de terrenos que parecían bloqueados. Lo que hoy se presenta como imposible mañana puede dejar de serlo. La voluntad no basta, como bien sabemos, pero ayuda a materializar cambios sorprendentes y es mucho lo que podemos ganar todas y todos de un nuevo modelo de convivencia que, en lugar de esconder los conflictos debajo de la cama, los afronte con madurez y responsabilidad, reconozca la diversidad de lecturas y propuestas y establezca que sea el pueblo y solo el pueblo quien tenga la última palabra.


Floren Aoiz es el Director de la Fundación Iratzar y miembro del Consejo Nacional del partído Sortu.