Convivir se logra sin que existan desigualdades ideológicas, ni de índole económica, sin imposición jurídica, administrativa, religiosa, ni de ninguna otra índole político-filosófica. Convivir consiste en morderse la lengua hasta partírtela si es necesario, para no echarnos muertos a la cara en balde, ni torturas que nunca pudieron ser necesarias.
Difícil pensar que el mundo abrace la convivencia social cuando apenas podemos palpar y hallar puntos de acuerdo en nuestro interior, en nuestro entorno cercano hasta la intimidad, con nosotros mismos que habitamos con nuestras contradicciones. Imposible se antoja, en la mayoría de los casos, vencer el orgullo, romper el asco, olvidar el pasado reciente y aquél que siempre está latente, el del ayer que casi es hoy y el del hoy que casi es el ayer. Convivir es verbo más hermoso que vivir, único objetivo este último de la existencia humana. Convivir, al fin y al cabo, fue y es el método exclusivo (altruismo) que las sociedades, desde que se tiene constancia de ellas, siempre han empleado como sistema para lograr sobrevivir, verbo menos agraciado que los dos anteriores, pero que queda ligado a ellos como conclusión final para todo colectivo humano que pretenda andar su camino en la historia.
La actualidad sociológica de Euskal Herria, al margen de las embestidas que la naturaleza utiliza para colocar a la humanidad en su sitio, léase pandemia COVID, mantiene un paisaje que en lo político es sensiblemente menos volcánico que durante los últimos años del siglo XX, y que, en lo económico, se resiste a dar el gran paso hacia una sociedad de bienestar, y se resiste, de un modo aún más feroz, a dar los pasos suficientes y perfectamente medibles, para que la sociedad vasca entierre gran parte de sus terribles aversiones hacia el “otro”.
Es necesario convivir para vivir y, así, sobrevivir. Pero, del mismo modo, es rigurosamente necesario abrir puertas al futuro y cerrar las del pasado. Dejar que corra el aire para respirar una nueva política, saludable y exenta de amargura y de resquemor. Enterrar el rencor sin olvidar, sin llegar a la amnesia. Recordar para saber y no para utilizar de munición de ataque. Dar al “relato” la veracidad y credibilidad que se le debe por respeto a la historia de un pueblo físicamente pequeñito, pero de enorme voluntad a la hora de hacer valer su identidad, su cultura y su idiosincrasia. Por deferencia a los muertos que ha costado mantener su supervivencia, por los presos que han dejado partes de sus vidas con enormes y dramáticos desgarrones, auténticas tragedias que aún se mantienen. No es posible la convivencia en un pueblo pequeño, pero potente en sus reivindicaciones, mientras se mantenga una situación en la que muchos de sus hijos se estén muriendo en las prisiones por mantener sus convicciones, sean erróneas o verdaderas, hasta el final.
Convivir se logra sin que existan desigualdades ideológicas, ni de índole económica, sin imposición jurídica, administrativa, religiosa, ni de ninguna otra índole político-filosófica. Convivir consiste en morderse la lengua hasta partírtela si es necesario, para no echarnos muertos a la cara en balde, ni torturas que nunca pudieron ser necesarias. Agarrar la verdad por donde se debe hasta que ésta se convierta en un grito aterrador que galvanice a toda la sociedad vasca, a la española de paso, y sirva para situar a todos en el mismo camino sin mirar atrás (demasiado) y ponga la vista en un futuro que, por lógica, no comenzará con sonrisas pero que tenga puestas sus esperanzas en que no termine, nuevamente, en lágrimas.
Difícil tarea ésta de convivir, tal y como decía al principio, pero es verbo que describe un concepto necesario plasmarlo en la práctica si un colectivo, una sociedad, un pueblo o una nación, como es el caso, pretende trazar su historia en parámetros de paz, prosperidad y sin demasiados traumas que le impidan su desarrollo.
No se solventan los problemas sin enfrentarse a ellos y, desgraciadamente, quedan algunos por resolver que han sido heredados del pasado reciente de Euskal Herria. La violencia armada ha generado odio y desencuentro en nuestro pueblo, pero cuando me refiero a la violencia armada me refiero, principalmente, a la que fue su origen y, también, claro está a su posterior desarrollo. El origen de la violencia, algo sobre lo que sospecho será difícil que ocupe algún capítulo en ese “relato” no escrito aún, y que, no obstante, tantas veces ha sido descrito, por adelantado, desde los puestos de opinadores al uso. Dicho esto, me queda en la nube donde guardo alguna de mis ideas perdidas la duda sobre en quién podría recaer la responsabilidad de iniciar la distensión en Euskal Herria.
Ese paso imprescindible -disipada en parte la duda-, en mi opinión, requiere de la atrición pública de aquellos que se sintieron vencedores de una nación, y de su aceptación de que matar un pueblo es malo y que el futuro de Euskal Herria será escrito a golpe de voluntad popular.
Jabier Salutregi Mentxaka es un represaliado político vasco y Director de Egin.