Sobre la convivencia

Recuerdo haber leído la transcripción de un diálogo radiofónico en el que Theodor W. Adorno negaba la validez de las instituciones al tiempo que exclamaba, “la desesperación es la única salida”. Sería muy duro aceptar ese punto de vista, aun en el caso de que encerrara una verdad; pero tampoco sé qué decir sobre la recomposición que, evidentemente, necesita lo que grosso modo se llama “democracia”, un sistema político que, en la realidad real, en América y en Europa, ha parido ya bastantes ratones, todos de extrema derecha.

Lokotx-apustua era un juego popular que se celebraba durante las fiestas patronales de los pueblos, al menos en Guipúzcoa, y que consistía en cargar una cesta de mimbre con las hamarlokotxak, las diez mazorcas de maíz desgranadas que se colocaban en hilera, a cierta distancia unas de otras. Los participantes solo podían acarrear una lokotxa por carrera, en total diez carreras, diez idas y venidas, siendo el orden de recogida libre: un corredor podía empezar con la primera, o con la quinta, o con la décima, y seguir luego como le pareciera. Los lógicos, empezaban por el principio, por la lokotxa más cercana; los fantasiosos, por cualquiera. Ganaba el juego quien primero llenara la cesta de mimbre.

Es en mi vida un recuerdo antiguo, pero me viene a la mente nada más empezar a responder a la pregunta que, sobre la convivencia, se me hace desde el Foro Social de Álava: ¿Cómo construirla? ¿Cómo llenar la cesta? Bien entendido que en este caso recogería las bases para crear un cosmos político, una ciudad bien gobernada y bien vivida, equilibrada y bien relacionada; un universo que armonizara con el destino debido a un ser que, como sabemos, se diferencia de los demás animales por tener lenguaje y estar por ello preparado para la sociabilidad.

La respuesta solo puede ser aproximativa, tal como ha sido siempre, en estos asuntos humanos, que no físicos o naturales, desde la época de los primeros filósofos; pero será además, en mi caso, por mi falta de experiencia en el Poder, en las tripas del sistema, modesta y simple. Por eso me permito apelar a la metáfora de un juego popular, igualmente modesto y simple.

Cito ya la primera la primera base, la primera lokotxa: la igualdad social.

Nada puede estar en la cesta antes que la igualdad social. Si la brecha entre pobres y ricos es profunda y cada vez más grande; si la vida de los pobres —que en muchos lugares no puede recibir otro nombre que el de “esclavitud” va emparejada, además, en siniestra proporción inversa, con el continuo crecimiento del PIB y de otros índices de desarrollo; si en el Estado Español, según el informe de Cáritas de 2020, el número de personas en exclusión social es de 8, 5 millones—1,2 de millones más que en el año 2007—, y aquí en Euskadi,como destaca naiz.com, son 64.000 los hogares en los que ninguno de sus miembros activos trabaja, entonces, no cabe duda, “convivencia” es una palabra semivacía o, en el mejor de los casos, un término utópico, es decir, lejano, lejanísimo, una lokotxa en el desierto.

Copio ahora, para rematar esta idea y buscando una salida, lo que escribe Joaquín Estefanía en su reseña del libro de Emmanuel Sáez y Gabriel Zucman El triunfo de la injusticia (El País, 24 de enero de 2021):

La tesis del libro es nítida: La desigualdad desbocada que padecemos tiene un claro motor: el sistema fiscal. El triunfo de la injusticia fiscal es, ante todo, una negación de la democracia.”.

Por ahí pasa la solución. Que a la cesta vaya, como mínimo, una reforma fiscal.

Podría pensarse que, en una sociedad así socavada, con un 18,5% de la población excluida o segregada —pues a ese porcentaje corresponden los 8,5 millones de pobres que hay en el Estado español— las denuncias, las quejas públicas, las manifestaciones de protesta, emergerían como sarpullidos y se multiplicarían. Sin embargo, no ocurre así, no del todo. El lenguaje mercenario, el “reaccionario ejército de las siglas y de los eufemismos”, impide que la cruda realidad se manifieste y quede a la vista de todos con la nitidez de un paisaje, confundiendo a medio mundo y apagando toda reacción.

Desgraciadamente, el lenguaje mercenario no es utilizado únicamente por el engañador, por esa voz privada o pública que, aprovechándose de la extrema ductilidad del material lingüístico, defiende al estatus quo con falsedades de todo tipo. Lo utilizan, lo utilizamos, todos. Ocurre con este lenguajemalo lo que con cualquiera: a fuerza de ser repetido —la repetición es el motor de las palabras— invade el otro, el leal, el lenguaje que busca la verdad, disolviéndose en él como el agua en el agua y volviéndose invisible; haciendo difícil la percepción de su maldad. Victor Klemperer, autor del libro LTI (LinguaTertiiImperii, Lengua del Tercer Reich) expresa bien los efectos de tal invasión lingüística. En un apunte de sus diarios, se horroriza de que él mismo, confinado durante la Segunda Guerra Mundial en una “casa judía” de Dresde, razone a veces con el vocabulario y las formas sintácticas de los nazis, y sentencia: “El lenguaje piensa por nosotros”. Si eso ocurría entonces, en la época en que, a la hora de difundir sus mensajes, Joseph Goebbels solo tenía a mano los pasquines, los periódicos o la radio, ¿qué no sucederá ahora con la infinidad de instrumentos electrónicos que lenguajean sin parar? ¿En estos años en los que, como dicen quienes más lenguajean, cualquier mensaje se hace viral?

Nunca hubo momento más propicio para la expansión del lenguaje mercenario que el actual, de manera que, por ejemplo, los 8,5 millones de personas que padecen la exclusión social resultan prácticamente invisibles. Basta ver las páginas de información económica de los periódicos. Utilizan constantemente el eufemismo estadístico, y afirman, por ejemplo, que “España ha vuelto a padecer una recesión”. Pero, ¿quién es la talEspaña”? ¿Son todos “España”, lo mismo los de los paraísos como los de la Cañada Real? En general, una de las características del Cuarto Lenguaje del Imperio es la reducción de lo social a lo meteorológico. No hay referencias a los sujetos de carne y hueso, y si la hay, es a veces peor, porque se prima lo psicológico, lenguajeando por ejemplo sobre la “depresión” que sufren las adolescentes marroquíes que trabajan dieciséis horas al día pelando gambas congeladas; hablando de su situación anímica, y no del empresario holandés que les paga una miseria, o de la clase política que permite la explotación.

Es difícil que haya democracia, convivencia, en una situación como la descrita, y no me cabe duda de que la segunda lokotxade la cesta debería encararla; buscar la manera de orientarse en una Ciudad en el que el instrumento de comunicación por excelencia, el lenguaje hablado y escrito, es casi sin excepción falaz. Particularmente, no veo otra solución que la del trabajo comunitario. Que personas trabajen juntas, tal como en las veredas, para informarse y pensar mejor. Se puede engañar a un vecino, a un aldeano, a un sujeto aislado; no tanto a un barrio entero, a una aldea, a un grupo de amigos.

Leo en el número 2718 de la revista Argia: “ Negarrez nola torturatu ninduten kontatu nionean, beste aldera begiratu zuen Marlaskak, tramite hutsa banintz bezala”, (“Cuando le conté llorando cómo me habían torturado, Marlaska miró hacia otro lado, como si yo fuera un mero trámite”). Fue una de las afirmaciones de Iñigo González Etayo en la rueda de prensa que dio a finales de enero pasado después de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) condenara al Estado español por no investigar los presuntos malos tratos a los que había sido sometido. Explicaban el asunto, además de Argia, muchos medios de comunicación, entre ellos el periódico La Vanguardia del diecinueve de enero de este año:

La sentencia alude a varias instancias judiciales a la hora de censurar la falta de investigación de la denuncia de torturas. Una de ellas es el juzgado de instrucción número 3 de la Audiencia Nacional, entonces dirigido por Fernando Grande-Marlaska, hoy ministro del Interior. De hecho, las denuncias se practicaron en el contextode una instrucción dirigida por el propio Marlaska”.

Llueve sobre mojado. Suma y sigue.Es difícil no acordarse, al leer la noticia,del informe sobre la incidencia de la tortura y de los malos tratos encargado por el Gobierno Vasco al forense Francisco Etxeberria, que cifró en 4.113 los casos documentados entre 1960 y 2014.Tampoco olvido yo, personalmente, las denuncias en artículos y libros del periodista Javier Ortiz, o la respuesta que, en una entrevista firmada por Manuel Rivas, publicada originalmente en la revista El Globo y recogida ahora en el libro Diálogos con Ferlosio (Editorial Triacastela, Madrid, 2019), daba el, quizás, más respetado escritor español del siglo XX, Rafael Sánchez Ferlosio:

MR: “¿Hay algún motivo permanente que desencadene su ira, que le corroa interiormente las vísceras?”.

RSF: La tortura. Me indigna e interesa el abismo que existe entre la capacidad jurídica testimonial de un miembro de las Fuerzas de Orden Público y la capacidad jurídica testimonial de un simple ciudadano; que el ciudadano no sea prácticamente nadie a tal respecto, y que el testimonio de un miembro de las Fuerzas de Orden Público sea en cambio decisivo es algo intolerable, y tanto más considerando la sospecha de principio que debe recaer sistemáticamente sobre quien tiene poderes para el ejercicio monopólico de la violencia armada”.

En resumidas cuentas,ya se sabía, ya se sabe, y la condena al Estado español por parte de Estrasburgo no extraña; tampoco extraña, conocida la prudencia que acompaña a los medios de comunicación españoles —que a veces necesitan la ayuda de un elefante para destapar un escándalo—,el hecho de que algunos periódicos y televisiones hayan silenciado el nombre del principal interpelado, el actual Ministro de Justicia, Fernando Grande-Marlaska; pero ya he hablado del lenguaje mercenario, y prefiero ahora mencionar una segunda enseñanza de lo ocurrido. Dicho brevemente, deja aún más al descubierto lo que, con aprensión, incluso con desesperanza, se ha percibido últimamente: la debilidad del entramado institucional del Estado español. Sin salirnos del ámbito del poder judicial, recordemos lo ocurrido con los jóvenes de Alsasua; con Arnaldo Otegui y sus compañeros; con el cierre de Egunkaria; con Oriol Junqueras y los dirigentes catalanes… fueron actuaciones que hicieron dudar, incluso a los periodistas más moderados, de la separación de poderes, garantía de democracia. En cuanto al Poder Ejecutivo y sus mil brazos, tampoco cuenta con la confianza cordial, auténtica, no acomodaticia o interesada, de una gran cantidad de ciudadanos: por los numerosos casos de corrupción del Partido Popular; por la imposibilidad de aceptar que partidos como el PSOE, Podemos o PNV acepten de facto desahucios inhumanos, o que sigan aplicando esa “ley mordaza” que, si las protestas no lo remedian, llevará a la cárcel al rapero Pablo Hásel… “mordaza”, he ahí una palabra que no rima con “democracia”. Rima con la represión y el silencio viscoso de la dictadura que Alfonso Sastre retrató en una obra de teatro titulada precisamente La mordaza.

Recuerdo haber leído la transcripción de un diálogo radiofónico en el que Theodor W. Adorno negaba la validez de las instituciones al tiempo que exclamaba, “la desesperación es la única salida”. Sería muy duro aceptar ese punto de vista, aun en el caso de que encerrara una verdad; pero tampoco sé qué decir sobre la recomposición que, evidentemente, necesita lo que grosso modo se llama “democracia”, un sistema político que, en la realidad real, en América y en Europa, ha parido ya bastantes ratones, todos de extrema derecha. Es inútil, pues, que alargue la mano hacia la tercera lokotxa, pero no hay tal, no está en la hilera. Tampoco veo la cuarta, ni la quinta, ni las otras que siguen. No puedo completar el juego, meter las hamarlokotxak en la cesta. Pero hay solución. Lo que, en el juego popular, durante las fiestas patronales, estaba reglamentariamente prohibido, sustituir a un participante, es en el foro una necesidad. Otros vendrán que me enmendarán.


Asteasu, Gipuzkoa, 1951; Bernardo Atxaga es seudónimo de Joseba Irazu Garmendia. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Bilbao, desempeñó oficios variopintos (maestro de euskera, guionista de radio, librero, economista ...) hasta que, definitivamente, a comienzos de la década de los ochenta, consagró su que hacer exclusivamente a la literatura en euskera. Autor, entre otros, de Obabakoak, (1989, Premio Euskadi, Premio Nacional de Narrativa), Gizona bere bakardadean (1993), Zeru horiek (1995), Soinujolearen semea (2003), Zazpi etxe Frantzian (2009), Nevadako egunak (2013, Euskadi Saria). Su obra puede leerse en 34 lenguas, y ha sido llevada al cine por Montxo Armendariz (Obaba, 2005), Aizpea Goenaga (Zeru horiek, 2006) e Imanol Rayo (Bi anai, 2011). Es miembro de la Academia de la Lengua Vasca y director de la Revista Erlea.