Por unas instituciones integradoras

Creo que carecemos de instituciones suficientemente integradoras. No me refiero tan solo a un sistema que proteja a la ciudadanía de las contigencias de la vida, que también, sino a la capacidad del sistema político para integrar las demandas de la sociedad organizada.

El Foro Social viene trabajando, desde septiembre, la idea de un compromiso social para la convivencia. Es un proceso que ha contado con el aporte de personalidades relevantes de nuestro país. En ese debate han tomado especial relieve, a mi entender, cuestiones que tienen que ver con el pasado de violencias y la llamada guerra del relato. Y quizá no podía ser de otra manera.

Tengo poco o nada que aportar en relación con el pasado. Creo que está casi todo dicho, aunque nos queda mucho que hacer. Por el contrario, dos acontecimientos de estas semanas me han hecho reflexionar sobre nuestra convivencia. De un lado, las elecciones de la Comunidad de Madrid, que me hacían preguntarme sobre si nuestra convivencia era peor que la del resto del estado. De otro lado, la muerte de un hombre de paz como Mixel Berhokoirigoin, me hacía pensar sobre la interacción entre la sociedad organizada y las instituciones. A partir de estos impactos quisiera compartir dos reflexiones.

La primera reflexión se refiere a que, en mi opinión, carecemos de un instrumental compartido para sobrellevar los conflictos en los períodos de polarización. Cuando no hay conflicto coexistimos, pero cuando hay una auténtica polarización, como en Madrid, aparecen aquellos a los que les sobra la mitad de la población. Justo antes del primer confinamiento, en Euskal Herria estaban planteadas importantes luchas como las de los pensionistas, la lucha feminista, conflictos laborales, etc. El contexto pandémico ha cambiado las cosas, aunque los problemas subyacen. Pero, en cualquier caso, no asistimos hoy a una polarización sobre cuestiones como el conflicto político, que en otros tiempos de nuestra historia han generado una gran polarización. Cuando esos conflictos afloren, que lo harán, resultará evidente que carecemos de unas reglas de juego.

Y esto me lleva a la segunda reflexión: creo que carecemos de instituciones suficientemente integradoras. No me refiero tan solo a un sistema que proteja a la ciudadanía de las contigencias de la vida, que también, sino a la capacidad del sistema político para integrar las demandas de la sociedad organizada. De la ciudadanía, en cuanto pueblo y vía sufragio, parte una línea que inviste de legitimidad democrática a los electos y las instituciones. Pero esa misma ciudadanía, en base a la libertad de asociación y el resto de derechos constitucionales, abre otra línea de legitimación, la de la sociedad civil organizada: asociaciones, sindicatos, patronales, confesiones religiosas, movimientos, ONGs… que se construyen en base a aspiraciones sociales, éticas, religiosas, políticas... y que buscan influir en las decisiones de las instituciones, es decir, en la otra línea de legitimación.

Creo que el sistema político de la CAPV es escasamente permeable a las demandas de la sociedad organizada, y especialmente cuando se plantean propuestas alternativas. Citaré solo unos ejemplos ligados al sindicalismo, ámbito que mejor conozco: la negativa permanente a reunirse con huelguistas o a recibir a la más alta representación del sindicato; el silencio ante los intentos de ilegalización de la mayoría sindical; el vaciado del derecho de huelga mediante decretos abusivos que los tribunales una y otra vez han considerado ajenos a derecho… Este tipo de prácticas nos recuerdan la necesidad de superar el elitismo de que hacen gala las actuales instituciones.

Algunos teóricos, como Acemoglu, han estudiado las razones por las cuales algunos países tienen éxito. Señalan que hay dos factores clave: una sociedad movilizada y unas instituciones integradoras. Es una conclusión sorprendente, porque cualquiera de nosotros y nosotras diría que cuestiones centrales como la riqueza o la geopolítica resultan definitorias.

El pasado 12 de mayo tuvieron lugar en Gamarte (Behe Nafarroa), las exequias por Mixel Berhokoirigoin. Junto a vecinos, familiares y amigos, allí estuvieron presentes dirigentes de muchas organizaciones del conjunto de Euskal Herria y del Estado francés. También numerosos electos del estado y de Iparralde y representantes institucionales. Pues bien: ninguna institución de Hegoalde estuvo presente en el funeral de este dirigente abertzale, sindicalista, campesino y pacifista.

En el funeral, a escasos metros de donde me encontraba, estaba el lehendakari Jean-René Etchegaray. En vida, Mixel confrontó con él en no pocos asuntos pero eso no les impidió reconocerse y trabar una amistad. Etchegaray fue el abogado defensor de Berhoko en el proceso que el Estado francés impulsó contra la Laborantza Ganbara. Hizo una defensa militante además de jurídica y protagonizó una gran victoria, a sumar a la victoria societal. También salió en defensa de Mixel cuando fue detenido en Luhuso, junto con otros muchos electos. En un café improvisado en el domicilio de Mixel, al día siguiente de su muerte, Etchegaray lamentaba que la presencia de Mixel se iba a echar de menos en la delegación vasca (política y social) en defensa de los derechos de los presos y presas que ha venido trabajando con el Gobierno francés.

Para mí éste es un ejemplo magnífico de confrontación y convivencia democrática. La vida de Mixel nos enseña que algunas agendas avanzan –hasta dar pasos de gigante– cuando instituciones y sociedad civil, electos y militantes sociales, trabajan de manera compartida, sin perjuicio de que mantengan otros ámbitos de discrepancia y conflicto.

Podemos ser un país mejor. Y los ejemplos y las personas que pueden iluminarnos han sido y son paisanas nuestras. Es una gran noticia.


Xabi Anza es el responsable de formación de ELA