Convivir

Ya nadie espera que las instituciones tengan la solución a todos los problemas de convivencia. A partir de ahora, en lugar de que las instituciones resuelvan estas cuestiones por si mismas, les pediremos que generen los espacios de encuentros necesarios para que, en estrecha colaboración con agentes sociales y ciudadanía, podamos encontrar las respuestas que llevamos buscando hace décadas.

La pugna por el relato post ETA ha llegado hasta los presupuestos generales del estado. Todo vale, incluso volver a juzgar a unas personas que habían sido injustamente encarceladas, para evitar un nuevo juego de alianzas en el que participen todas las fuerzas políticas en igualdad de condiciones. En el lado positivo de la balanza, tenemos la oportunidad de pasar página si conseguimos conectar este debate con nuevos modelos de gobernanza y desarrollo humano.

Hasta el momento el foco está puesto en el relato. La prioridad es conseguir que las personas más jóvenes tengan una determinada opinión del conflicto vasco. Por este motivo, existe un bombardeo de literatura y cinematografía con clara línea editorial. El problema es que las narrativas colectivas no suelen construirse de esa manera. Aquellas personas que no hayan tenido ninguna relación con la situación de conflicto político y violencia vivida durante las últimas décadas en la sociedad vasca podrán ser influenciadas por estas iniciativas. Aquellas que por el contrario hayan tenido una vivencia personal, o que sus familias la hayan tenido, elaborarán su propio relato. Nuestros relatos están siempre más influenciados por las personas de nuestro entorno (sea éste el que sea) que por los medios de comunicación o determinados productos culturales.

Este es el verdadero peligro de la situación actual. Seguir creyendo en que la imposición de un relato determinado (el que cada uno considera verdadero) puede construir un mejor escenario de convivencia. Según la experiencia acumulada, estas dinámicas del pasado nos llevarán a seguir manteniendo una sociedad con relatos incompatible sobre nuestro pasado reciente y con dificultades para construir una visión conjunta del futuro.

La teoría nos dice que una sociedad sana y verdaderamente democrática es la que permite una diversidad de relatos respetuosos con los Derechos Humanos. En la práctica esto supone poder contar lo que ha pasado de formas diferentes (en algunos casos incluso contradictorias) pero estando de acuerdo unos principios básicos como el rechazo a todas las formas de violencia o la defensa de los Derechos Humanos.

Alcanzar este tipo de madurez democrática no es fácil. A priori, todos estamos de acuerdo en los principios generales, pero tendemos a interpretarlos de forma particular. Nos fijamos más en las vulneraciones de derechos humanos que han afectado a los colectivos con los que nos identificamos. En la práctica, supone asumir que nuestra forma de ver la realidad es siempre parcial y que el mejor modelo de convivencia es el que se construye entre todos. Frente a las grandes apuestas comunicativas, las estrategias compartidas de recuperación de la memoria impulsadas desde los ayuntamientos están ofreciendo resultados mucho más espectaculares y sólidos a largo plazo. Reconciliación no es amnesia, sino lectura crítica del pasado y requiere un proyecto de convivencia socio-político en el que la mayoría de la sociedad vasca se sienta representada.

La gran cuestión pendiente es la democracia, el grado de soberanía del que la ciudadanía vasca quiera libremente disponer. Partiendo de la base de que en un mundo globalizado nadie es totalmente independiente, está claro que unos somos más dependientes que otros. Este debate afecta a nuestra convivencia democrática y está sin resolver. Legislatura tras legislatura, vemos como diferentes Comisiones Parlamentarias intentan plantear soluciones sobre el modelo de autogobierno que no consiguen satisfacer a nadie.

En este contexto, puede que sea más útil replantearse la pregunta y en vez de intentar acordar un nivel de soberanía y autogobierno en términos generales, debamos enfocarnos a definir el nivel de soberanía y las fórmulas de autogobierno necesarias para construir un modelo de desarrollo humano sostenible para la sociedad vasca. Esta podría ser la gran prioridad de la sociedad vasca, aunando todas las diferentes formas de interpretar el pasado. Desde esta perspectiva, sería más fácil acordar los procesos de toma de decisiones propias en materia de sanidad, educación, desarrollo económico o medio ambiente. Este debate sobre la soberanía en Euskal Herria coincide con un debate global sobre nuevos sistemas de gobernanza compleja y desarrollo humano.

La práctica nos ha demostrado una y otra vez que las decisiones adoptadas en ámbitos de decisión más cercanos a la problemática que se quiere resolver son, por lo general, más adecuadas por estar adaptadas a la realidad que se quiere cambiar.

En sentido contrario a estas nuevas tendencias, en los últimos tiempos hemos sido testigos de cómo, con la salud y la seguridad como aliados, el Gobierno Español bloqueó inicialmente la capacidad de las instituciones vascas de dar una respuesta propia a crisis complejas como la Covid19. Y de cómo, a pesar de contar con un sistema de salud y cobertura social propio, una estructura productiva radicalmente diferente y un sustrato cultural diferenciado (clave para entender las respuestas comunitarias al Covid), una parte importante de nuestra sociedad ha aceptado acríticamente que una respuesta centralizada en el estado es más eficiente.

De cara al futuro, el debate sobre la memoria, la gestión de la diversidad y la soberanía debería responder a otras coordenadas. Nadie tiene la respuesta adecuada y debemos construirla entre todos, respetando relatos diversos pero compatibles. Teniendo en cuenta que nadie tiene todo el conocimiento y que no es posible responder de forma aislada a esta situación, la sociedad vasca deberá crear los espacios necesarios para construir nuevos sistemas de soberanía y gobernanza que permitan desarrollar estrategias de inteligencia colectiva para abordar los nuevos retos complejos a los que nos enfrentemos.

Ya nadie espera que las instituciones tengan la solución a todos los problemas de convivencia. A partir de ahora, en lugar de que las instituciones resuelvan estas cuestiones por si mismas, les pediremos que generen los espacios de encuentros necesarios para que, en estrecha colaboración con agentes sociales y ciudadanía, podamos encontrar las respuestas que llevamos buscando hace décadas. Este cambio de enfoque también nos permitiría aceptar relatos diversos e inclusos contradictorios sobre nuestra historia reciente pero compatibles en cuestiones fundamentales como el rechazo a la violencia y el respeto a los Derechos Humanos.