Nuestro país necesita un proceso donde se afronta el pasado desde las necesidades de las víctimas, donde se sitúa a los y las presas como activos en la construcción de la paz y la convivencia, y donde el intentar comprender sustituye al intentar convencer.
Aportación, en forma de artículo de opinión, al documento “Compromiso social con la construcción de la convivencia” presentado por el Foro Social Permanente en octubre de este año. Este artículo responde a la solicitud realizada por el propio Foro Social.
Hay quién considera que si tuviéramos que definir la identidad de una persona lo haríamos en base a sus acciones. Son las acciones de esa persona las que la identifican, la definen, le otorgan una identidad a los ojos de cualquier observador, e incluso a los ojos de la propia persona. De ahí la dificultad de cambiar nuestras acciones, porque supone cambiar nuestra forma de ser, la identidad que nos hemos otorgado. Lo mismo ocurre con una comunidad: son sus acciones la que lo definen, la que le hacen configurar una propia identidad, y cambiar sus acciones supone cambiar su forma de ser.
Si buscáramos las acciones que han definido en el pasado a esta comunidad, sin duda, encontraremos acciones que son dignas de recordar, por sus conquistas y avances. Pero también encontraremos acciones que no quisiéramos repetir, acciones que nos dividieron como comunidad, que nos distanciaron, y que dificultaron, o incluso impidieron, la construcción de una comunidad cohesionada.
Y si eso fue así, ¿qué hacemos para cambiar aquello que fuimos? Porque mi sensación en el debate político actual, es que en parte actuamos de acuerdo a cómo fuimos, que tememos modificar nuestra forma de ser. Utilizamos en tiempos de construcción de la paz y la convivencia las lógicas y los discursos de un tiempo de violencia. Hemos sustituido la palabra “la razón” por la palabra “el relato”. Antes la supuesta razón que poseíamos guiaba nuestras acciones, y ahora es la preocupación por el relato la que las guía. En definitiva, es la forma de ver e interpretar la realidad convertida en VERDAD.
Pongamos un ejemplo, desde mi punto de vista bastante ilustrativo, de cómo cada una y uno de nosotros somos capaces de aseverar qué es lo que ocurrió en el pasado en este país. Hablamos de la serie Patria y de las reacciones con la misma. Sin duda ha habido otras series o documentales que pudiéramos utilizar, pero creo que ésta, por su repercusión mediática, expresa más claramente lo que quisiera señalar.
Hay quién ha querido situar la serie Patria en la VERDAD, en aquello que ocurrió, “eso fue así” y “eso es lo que ocurrió”. Su director, Aitor Gabilondo, manifestó que la serie Patria no es la verdad, ni que pretende serlo, pero habrá quienes en esta batalla del relato utilizarán todos los recursos a su disposición a fin de mostrar lo contrario, es decir, que esa es la verdad. Hay quién se molesta porque en el cartel del anuncio de Patria aparezca una persona que está siendo torturada, afirmando una equiparación, y considerando que ese cartel no representaba la verdad de lo ocurrido. De nuevo su percepción de la realidad convertida en verdad. Pero por otra parte, y en algún caso sin ni siquiera ver la serie, habrá quién se atreva a afirmar que Patria no recoge la verdad de lo ocurrido. Habrá quién se fijará en los detalles para afirmar que la serie tergiversa el pasado, tergiversa la verdad, y que solo recoge una parte de lo ocurrido.
Yo he leído el libro y he visto la serie Patria. Y francamente, en muchos aspectos no me siento identificado. Hay partes que para mí se alejan mucho de mi realidad, y si bien en parte se puede apreciar que hubo diferentes expresiones de violencia, la historia se construye sobre una de ellas, y la otra es puntual. Pero después de esa primera lectura, la que confirmaba mis convicciones, hubo otra, la que los cuestionaba. Y es que personas a las que aprecio manifestaron sentirse identificadas con la serie. Y eso, sin duda, me obligaba al menos a preguntarme “por qué”. En muchas de esas personas no había una intencionalidad de querer imponer un relato, su manifestación era sincera. Y no se trata de que lo que digan esas personas sea lo que ocurrió, o sea la verdad. Se trata de que su percepción de lo ocurrido fue esa, y no la puedo negar, mientras que la mía fue otra. Si mis circunstancias personales y sociales hubiesen sido otras mi interpretación o percepción hubiese sido diferente, y a la inversa.
Creo que Patria y su polémica representan claramente lo que está ocurriendo en este país: que no somos capaces de abrirnos a entender por qué la otra persona percibió las cosas de la manera que las percibió. Estamos más preocupados en intentar convencer que en intentar comprender. Y pretendemos simplificar lo que ocurrió, como si fuera obvio, como si todo dependiese de una formula racional y simple que nos diera un resultado. Como si la complejidad de las relaciones humanas fuera tan simple. Y así nos va.
El documento del Foro Social Permanente habla de la necesidad de “construir una memoria crítica inclusiva”, “que nos permita construir un futuro basado en una cultura de derechos humanos y paz”. Y desde mi punto de vista la memoria crítica se ha de construir sobre las necesidades de las víctimas, y creo que éstas son diferentes en función del origen de la violencia. Las víctimas de ETA necesitan palabras de deslegitimación de la violencia, y las víctimas de la violencia del Estado necesitan actos, hechos, de reconocimiento de las responsabilidades individuales y colectivas – Estado, policías y grupos políticos - en las vulneraciones de esos derechos humanos, porque esas palabras de deslegitimación las tuvieron incluso en el momento de la comisión de esas vulneraciones.
Y creo que en el fondo, en ambos casos, lo que está en juego es la autenticidad de las palabras. Para unas víctimas de nada sirve decir que se siente su dolor si se es incapaz de decir que no tuvo justificación. Y para otras víctimas de nada sirve que les digan que es injustificable lo que les ocurrió si todo ello va envuelto en una capa de impunidad tanto individual como colectiva. En definitiva, en ambos casos lo que se busca no es un juego de palabras, sino un acto de sinceridad y de autenticidad.
El problema se encuentra en que eso, que en principio se sitúa en el ámbito de la ética, se traslada al ámbito de la política, a una batalla permanente del relato. Y aquí volvemos a la verdad que antes hemos señalado, a esa forma de ser que no cambia, a esa permanente necesidad de querer definir la verdad. Y así, sustituimos la necesidad de las víctimas por esa necesidad de verdad, mi verdad, nuestra verdad. Y el lenguaje, que debiera de ser la herramienta para construir la convivencia democrática, se convierte en el impedimento para la construcción de la memoria crítica. De ahí la necesidad de desarmar el lenguaje.
Y claro está, en todo esto también debemos de situar a los y las presas. Primeramente, porque su situación de excepcionalidad resulta injusta. En segundo lugar, porque el mantenimiento de esa situación dificulta enormemente mayores pasos en la construcción de la convivencia. En tercer lugar, porque los presos y las presas también pueden ayudar a sanar las heridas de las víctimas, aportar a la convivencia. Y en cuarto lugar, porque también tienen derecho a acogerse a la libertad condicional.
Nuestro país necesita de un proceso de estas características. Un proceso donde se afronta el pasado desde las necesidades de las víctimas, donde se sitúa a los y las presas como activos en la construcción de la paz y la convivencia, y donde el intentar comprender sustituye al intentar convencer. Una vez una víctima de ETA me sorprendió al decirme que cuanto más nos comprendía mejor le hacía, incluso no compartiendo en absoluto lo que llegaba a comprender. Y creo que eso es lo que nos falta, intentar comprender un poco más, ser aquello que hacemos para cambiar lo que somos.
Julen Mendoza (Errenteria, 2 de octubre de 1978) es abogado y político. Ha sido técnico del Ayuntamiento de Pasaia y alcalde de Errenteria entre 2011 y 2019.