Allí donde poseemos el poder de mejorar poseemos igualmente el poder de empeorar más aún nuestra condición. Para evitarlo, además de la ciencia y la tecnología serán necesarias la voluntad y la decisión colectiva para que nuestra vida y convivencia sean más armónicas, para que la justicia y la paz se besen en la Tierra. En nuestras manos está. El sistema educativo, los medios de comunicación, el modelo económico, la política local y global… pueden y deben, deben y pueden promover la paz.
1. La paz inexistente
No es fácil definir la PAZ, plenitud de todos los bienes. Sabemos lo que es hasta que empezamos a decirlo o, para poder decirlo, miramos un diccionario,y de pronto caemos en la cuenta de nuestra ignorancia. Pero más dolorosa que la ignorancia es la carencia de paz. ¿Podrán las palabras ayudarnos a saberla y gustarla, a acogerla en nosotros o a caminar hacia ella, aquí y ahora?
Leo en la RAE, en la entrada Paz¸ algunas de sus acepciones: 1. Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países. 2.Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos. 3. Estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud.
Nuestra ignorancia y perplejidad persisten. En efecto, la primera de las acepciones recogidas es insuficiente y engañosa: no basta que no haya guerra para que haya paz; como no basta “la tranquilidad del orden” –según la definición de la paz propuesta por San Agustín poco antes de la caída del Imperio Romano–: no hay paz si no hay justicia, por mucho orden que haya, impuesto a la fuerza. Si la primera acepción se queda corta, las otras dos se pasan, pues la “relación de armonía sin conflicto” alguno o el “estado personal no perturbado por ninguna inquietud” simplemente no existen.
2. Pero a ello aspiramos y caminamos
No existen, pero a ello aspiramos. ¿Aspiramos a lo que no existe ni somos? No, aspiramos a lo que somos en el fondo y es nuestro horizonte común. Pero aspirar de verdad significa caminar. Somos caminantes en camino a la paz que es y que somos.
¿Qué seríamos, qué sería la humanidad sin el sueño, el aguijón, la utopía o la esperanza de la paz? La esperanza no significa esperar o aguardar que algo suceda. Eso sería, en lenguaje de Ernst Bloch –pensador marxista crítico–, una esperanza dormida. La esperanza “despierta” es críticadel presente con su conflicto violento o su (des)orden establecido, y es estímulo del futuro que hay que crear. Esperar significa caminar con espíritu y respiro, dar pasos en dirección hacia la utopía, aunque nunca la alcancemos.
Ser caminante de la paz es la condición y el modo para construir, paso a paso, la paz concreta y posible, una paz parcial y verdadera. Es también la manera de vivir en paz, no en la paz plena inexistente, pero sí en una paz real y suficiente para seguir caminando.
¿Y cómo, en nuestra condición limitada e incierta, podremos seguir caminando cada día a pesar de todo? Señalo tres aspectos o formas fundamentales del camino a la paz: adentrarnos más a fondo en nosotros mismos, hacernos próximos del hermano, de la hermana herida, sumergirnos en la naturaleza que nos rodea y somos. No son tres caminos, sino tres dimensiones de un mismo y único camino. Cada uno implica a los otros; si falta uno faltan todos.
3. Más al fondo de sí
No tendremos paz, no seremos caminantes y artesanos de paz si no entramos más adentro en nosotros mismos. Entrar en nosotros no significa quedar mirándonos a nuestro ombligo, nuestro yo superficial. No somos nuestro yo superficial, nuestro ego, con sus ideas particulares, sus intereses y aspiraciones egoístas.
En mi ser profundo me encuentro con el otro, con la paz que me une con todos los seres humanos y con la comunidad de todos los seres. En mi ser profundo soy paz, porque soy uno con el prójimo, soy prójimo de todos. Al igual que respiro el mismo aire, bebo la misma agua, vivo de la misma tierra, también soy miembro de la misma sociedad local y planetaria, y cada una de mis acciones, actitudes y omisiones afectan a todos, y las de todos me afectan a mí.
No puede haber verdadera paz en mí mientras no me sienta compañero de camino y no dé un pasito cada día, por humilde que sea, empezando por los más próximos, hacia la paz común, la paz universal .La paz del otro forma parte de mi paz. Su bien es también mi bien, y mi bien el suyo. Por distintos caminos, el mismo horizonte nos guía: la paz de todos los seres. La Paz es el bien común supremo, y juntos caminamos hacia él.
Sin embargo, vivimos inmersos –y exhaustos– en una civilización basada en la competitividad y la carrera universal de todos contra todos en todo –deporte, educación, información, economía, política…–. Esta civilización es enemiga de la paz tanto universal como personal. Para caminar hacia la paz, necesitamos urgentemente una profunda revolución cultural –educativa, económica, política– planetaria, para revertir el paradigma de la lucha, la competitividad, el dominio y el sálvese quien pueda en otro paradigma humano de colaboración y convivencia.
Esta revolución cultural requiere, a su vez, una profunda revolución espiritual, personal y colectiva, entendiendo por espiritualidad el aliento vital común o la conciencia profunda de la comunión universal transformadora, que procuran a la vida su cualidad profunda. La espiritualidad transformadora, inspiradora de la paz, no está ligada a ninguna religión, y es el criterio de verdad de todas las religiones e ideologías, religiosas o laicas.
4. En compasión de los heridos
La paz requiere también el camino de compasión profunda y realhacia el prójimo herido, dimensión constitutiva, inseparable, del camino hacia el ser profundo de sí. Una compasión personal que, para ser verdadera, ha de volverse programa y acción política transformadora. A su vez, el programa de acción política, para ser auténtica y duradera, ha de estar inspirada por el aliento vital profundo.
Los caminos del mundo están llenos de personas y colectividades heridas por la marginación, la opresión, la desigualdad, y su corolario natural: la guerra. No basta que no haya guerra para que haya paz, pero no habrá paz mientras sigamos recurriendo a la guerra para lograrla. La historia de nuestra especie Homo Sapiens demuestra que las armas, la guerra, la violenciacomo medio para resolver conflictos han sido un fracaso. La no-violencia inteligente y activa es el único camino razonable. He ahí el gran reto al que se enfrenta la humanidad, si quiere sobrevivir ella misma y quiere que la comunidad de vivientes de la Tierra sobreviva a la compulsión humana de dominio y depredación.
La violencia provoca violencia, y casi inevitablemente nos vemos atrapados en su espiral, tanto a nivel personal como a nivel colectivo. Si me han herido, si he sido víctima de un atentado, si han asesinado a un familiar, si me han torturado, violado, destrozado la vida…, brota en nosotros el odio y la sed de venganza, quisiera ver al culpable podrirse en la cárcel durante años y años o el resto de su vida. Quien la hace la paga, ojo por ojo. Y lo seguimos llamando justicia, y seguimos pensando con la mayor naturalidad que la justicia exige que se repare a la víctima castigando al victimario con la pena expiatoria correspondiente al daño causado o al delito cometido. Pero nadie gana con ello: no el victimario, por supuesto, pero tampoco la víctima, ni la sociedad en su conjunto, pues todos los datos confirman que las penas no hacen que disminuyan los delitos.
No caminaremos hacia la paz mientras no corrijamos de raíz esta lógica penalista que inspira nuestra psicología y nuestros códigos y e instituciones penales. Solo caminaremos hacia la paz auténtica cuando nos preguntemos: ¿cómo ayudaremos a la víctima a curarse de la herida sufrida y al victimario a recuperar la humanidad perdida y, de este modo, a curarse también él? No sugiero de ningún modo que haya que consentir que el ladrón siga robando, el violador violando, el asesino matando, y que haya que abandonar a las víctimas a su suerte, a su desgracia. Afirmo que hemos de humanizar la humanidad, la sociedad en su conjunto y al individuo en su seno. Afirmo que, para ello, hemos de pasar de la lógica de la culpa y del castigo a la lógica de la responsabilidad y de la sanación, no solo de la víctima, sino también del victimario. Y afirmo que el castigo como tal –por ejemplo, la cárcel como la conocemos todavía– no contribuye a sanar las heridas de la víctima ni humaniza a quien las infligió, sea quien fuere.
Si te han herido, pierdes la paz y necesitas recuperarla. Necesitas reparar tu vida y que la sociedad te asista para ello con todas las medidas posibles de “verdad, justicia y reparación”. Necesitarás recorrer un largo y difícil camino de purificación de tu rencor y deseos de venganza. Toma tu tiempo, entra más adentro en ti. Ojalá entres también más adentro en quien te ha hecho daño…hasta encontrarte con una persona herida, también ella, por alguien o por algo. Toma tu tiempo para ir comprendiendo que nadie hiere a otro –hasta violar, matar, torturar…– por maldad, por “mala voluntad”, sino por ignorancia o impotencia profunda. Mira sosegadamente en el fondo del otro, y procura dar pasos hasta ponerte en su lugar y preguntarte: “¿Qué necesitaría yo si fuese él, ella, si estuviese en su lugar?”. Tal vez vaya transformándose tu mirada y tu actitud ante élhasta no querer hacerle daño, o hasta no desearle ningún castigo, o hasta confiar en él y desearle el bien o incluso querer hacerle el bien. Entonces lo habrás perdonado, aunque nunca lo puedas olvidar ni volver o llegara ser su amigo. Cuando perdones, se habrá curado tu herida, y habrás ayudado a que se cure también la del que te hirió.
Así caminaremos hacia la paz.
5. Inmersos en la naturaleza que somos
Para ser caminantes de la paz y avanzar hacia ella, es indispensable –hoy somos más conscientes que nunca–vivir y caminar en armonía con la naturaleza que nos envuelve y somos, contemplarla a fondo, sumergirnos en ella, escuchar su silencio, acoger su paz. La naturaleza no es solo “medio ambiente”, fuente de alimentación, objeto de consumo y de cuidado, ni mero elemento constitutivo de nuestro ser. Somos naturaleza. La música, la imaginación creadora, los recuerdos, pensamientos, sentimientos … que somos son la naturaleza que somos.
En la medida en que los seres humanos se han distinguido y alejado de la naturaleza, se han separado y alejado de su propio ser. En la medida en que se han erigido como centro y cima, dueños y señores de la naturaleza, se han vuelto esclavos y enemigos los unos de los otros, de sí mismos en el fondo, y han perdido la paz y el aliento.
Es preciso que volvamos a sintonizar con el ritmo vital profundo de la naturaleza, que es la Tierra, el sistema solar y el universo entero. Es necesario que la filosofía, la teología, todas las religiones e ideologías se armonicen con el aliento esencial que late en todo cuanto es. El universo –o multiverso, si existe– está lleno a la vez de energía y de paz infinita. Todo está en vertiginoso movimiento y en infinita quietud. El aire del atardecer emana infinita paz. Miremos la noche estrellada. Contemplemos la semilla que germina lentamente, en imparable calma creadora. Escuchemos el canto de los pájaros, la músicade los árboles, el sonido del aire, la melodía del río. Miremos, oigamos, olamos, toquemos, gustemos la belleza, el misterio de la vida, la paz. Aprendamos a respirar la paz de la naturaleza, que es nuestro ser.
6. ¿Somos incapaces de paz?
¿Seremos capaces de corregir nuestro rumbo? ¿Somos capaces de caminar hacia la paz, de vivir en paz? La pregunta parece retórica o descabellada, pero pienso que no lo es. Lo que sabemos de los 300.000 años de historia del Homo Sapiens sobre la Tierra nos obliga a formularnos la pregunta muy en serio. El joven cazador-recolector del final del Paleolítico –hace 11.000 años– cuyo esqueleto se ha encontrado en Loizu (Navarra) parece que murió por el impacto de un proyectil en su cráneo. Víctima de la violencia ya entonces, y desde entonces, a partir el Neolítico, la violencia no ha cesado de aumentar entre los humanos.
Somos seguramente los seres más complejos, desarrollados y capacitados de la Tierra. Pero ¿no es como si la Tierra, que nos ha proporcionado un cerebro tan sofisticado y poderoso, por una especie de error de la evolución, nos hubiera privado del bien supremo: la armonía y la paz con nosotros mismos y con los demás? Hay un dato que da que pensar: los bonobos son simios sociales tranquilos a los que su constitución neuronal les orienta a resolver sus conflictos con medios pacíficos (las relaciones sexuales, por ejemplo). Sus primos los chimpancés, por el contrario, resuelven los conflictos grupales a través de la lucha y la violencia. Los humanos nos parecemos a los chimpancés, y ello debido en primer lugar a nuestro cerebro. Pero ningún grupo de chimpancés conoce tanta violencia como se constata entre los humanos.
Padecemos como un profundo desarreglo congénito que no observamos en ninguno de los vivientes conocidos. Ningún animal, que sepamos, es torturado como nosotros por la envidia y la rencilla, los traumas del pasado y la inquietud del futuro, el miedo a perder lo que amamos y el impulso de destruir lo que odiamos, la ambición de ganar y la angustia de perder… Ninguna especie es tan competitiva, depredadora y destructora. ¿Qué nos pasa?
No es por ninguna “caída original”, por una decisión libre y por tanto culpable de nuestros “primeros padres” y por la consiguiente pérdida o “expulsión del paraíso original” en el que habríamos sido creados, como ha entendido la tradición cristiana, leyendo a la letra el mito bíblico. Otras muchas culturas y filosofías han compartido una idea similar, hoy insostenible desde todos los puntos de vista.
Si, aun anhelando todos la paz, tantas veces la arruinamos, tampoco se debe a maldad o mala voluntad, a nuestra consciente y libre opción contra la paz personal, social, ecológica, sino más bien a nuestra falta de consciencia y de libertad, pues la auténtica consciencia consiste en juzgarlo todo de acuerdo a nuestro ser profundo, común con todos, y de acuerdo al máximo bien posible común para todos. Y la auténtica libertad consiste en desear y poder realizar nuestro ser más auténtico, en querer lo que somos y en hacer lo que queremos. Es evidente que nuestra evolución biológico-mental integral como especie no ha llegado aún a este nivel de consciencia y de libertad. Somos seres inacabados. Estamos dotados de un cerebro extraordinariamente complejo y capaz, pero incapaz justamente de gestionar adecuadamente su complejidad y capacidades.
7. Podemos caminar
¿Será ésta la última palabra sobre la paz que anhelamos? ¿No nos quedará más opción que la aceptación resignada de nuestro ser inacabado, incapaz de paz?
Nuestro ser está inacabado, pero no cerrado. La realidad en su conjunto está abierta, y lo está en particular el camino evolutivo hacia la realización personal y colectivadel Homo Sapiens. La creación está haciéndose. El camino hacia la paz está también abierto a nivel personal y social, a nivel de individuo y de humanidad entera. Pero hoy con una particularidad decisiva: la evolución creadora de nuestra especie en general, de nuestra capacidad para la paz en particular, está en nuestras manos en una medida que nunca se ha dado hasta ahora. Nunca como hoy hemos tenido el poder de crear y de destruir nuestro ser para la paz.
A pesar y gracias a los condicionamientos biológicos y sociales que nos constituyen, siempre tuvimos el poder de procurarnos un poco más de paz y de aportar un granito para la mesa del pan y de la paz común, pero las condiciones han cambiado radicalmente, debido al desarrollo de las ciencias. Podemos interferir en los mecanismos químico-biológicos básicos de nuestro ser. Las neurociencias y las biotecnologías pueden claramente introducir mejoras sustanciales en nuestros patrones personales y sociales de reacción emocional.
Pero allí donde poseemos el poder de mejorar poseemos igualmente el poder de empeorar más aún nuestra condición. Para evitarlo, además de la ciencia y la tecnología serán necesarias la voluntad y la decisión colectiva para que nuestra vida y convivencia sean más armónicas, para que la justicia y la paz se besen en la Tierra. En nuestras manos está. El sistema educativo, los medios de comunicación, el modelo económico, la política local y global… pueden y deben, deben y puedenpromover la paz. Podemos y debemos también dejarnos enseñar por el legado de la sabiduría de las tradiciones culturales –religiosas o no–.
Podemos caminar hacia la paz, guiados por el horizonte. No importa que nunca lleguemos a alcanzarlo, sino que cada día demos un pasito en su dirección.
Azpeitia (1952). Estudió filosofía, se doctoró en teología, y hasta el año 2010, trabajó como docente, hasta que le fue retirada la licencia, por no enseñar doctrina recta.
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